miércoles, 4 de marzo de 2015

El paro castiga duramente nuestro país.



Una situación social que agrava el proceso de exclusión social y, tal vez el más importante, es el desempleo. Por ello nuestras administraciones públicas no pueden ser meras gestoras impasivas ante esta situación y han de ser una pieza clave de las políticas activas de ocupación.


El trabajo ha sido durante siglos una de las actividades principales mediante la cual las personas hemos definido parte de nuestra identidad. La era industrial y la aparición del Estado de Bienestar supusieron un paso más en la identificación de las personas al trabajo ya que la situación de asalariado creaba un vínculo estrecho con la estructura económica que invadía todos los ámbitos de la vida. Los seguros de desempleo, los seguros por enfermedad, las pensiones y ayudas asistenciales, la atención sanitaria generalizada, la educación de los hijos, las viviendas de protección social, etc., como derechos adquiridos por la relación salarial, hacían que las personas se vieran protegidas “desde la cuna hasta la tumba” (Martínez Pardo, M., 1992), aunque con algunos matices.

Aún hoy, aunque este vínculo se extingue poco a poco, la pérdida del empleo o la inestabilidad a largo plazo en el mismo provocan la pérdida de los derechos reconocidos por “estar empleado”. Entonces, el desempleo puede también afectar a todos los ámbitos de la vida: la relación conyugal o con la pareja o la familia, la vejez, la educación de los hijos, la sanidad de todos los miembros de la familia, el acceso a la vivienda, etc. Y aún más, el desempleo puede afectar a la propia identidad personal que podría entrar en crisis generando una variada sintomatología según cada persona. Algunas investigaciones (García Rodríguez, Y., 2002) han encontrado que las personas desempleadas, y sobre todo los desempleados de larga duración pueden sufrir una sintomatología depresiva que se presenta como: insomnio, falta de concentración, tener sentimiento de inutilidad, sentirse incapaz de tomar decisiones, notarse en tensión, perder la confianza en sí mismo, sentirse tristes...
La sintomatología depresiva suele ir acompañada de un estado generalizado de indefensión, culpa y baja autoestima y afecta más a los desempleados mayores que a los jóvenes.
Por otro lado, la presión económica a que se ven obligados los desempleados les lleva, en un principio, a disminuir drásticamente el tiempo de ocio compartido, lo que a su vez hace que se encuentren cada vez más solos o solas.
A medida que el tiempo del desempleo se alarga, les lleva también a tener que tomar serias medidas respecto de sus bienes, como por ejemplo, irse de la vivienda que habitaban, vender los artículos no imprescindibles, etc.

Para combatir esta situación social grave, son necesarias políticas activas, donde los planes de ocupación y la formación lleguen a más personas, donde las ayudas a empresas que contratan a personas paradas de nuestra ciudad, sean cada día mayores, donde se les diga a las empresas que trabajan en nuestra ciudad que tienen que contratar a personas paradas de Sant Feliu ( sino a todas, porque no sería legal, si a un número importante) y donde en definitiva estas políticas activas sean una pieza clave de nuestra administración local, tal y como ha sido estos últimos cuatro años con un gobierno de ICV-EUiA en nuestra ciudad, todo ello para luchar contra la exclusión social en nuestros barrios.

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