jueves, 30 de enero de 2014

ARAÉSDEMÀ





El motor de l'economia és la demanda i la sortida de la recessió, com la que estem vivint ara, passa per aplicar mesures d'estímul fiscal basades essencialment en la despesa pública.

L'actual crisi financera i econòmica ha ressuscitat un vell debat que va sorgir durant la primera meitat del segle XX i, que ha condicionat les decisions en política econòmica dels governs occidentals durant les últimes dècades: la disjuntiva entre polítiques de demanda i d'oferta. Ambdues tenen com a principals objectius macroeconòmics el creixement sostingut de l'economia, la plena ocupació i l'estabilitat de preus, encara que difereixen substancialment en la manera d'aconseguir aquests objectius.

Les polítiques de demanda se centren en la creació de riquesa a partir de les polítiques d'estímul fiscal , basades essencialment en la despesa pública. A través d'una dinàmica anomenada el multiplicador de la demanda, l'increment de despesa pública inicia un cicle expansiu que augmenta la inversió, ja que la despesa del govern genera confiança en els inversors.
En aquest context de confiança empresarial, derivat de les politiques d'estimul, es generen les condicions adecuades per a la creació d'ocupació, fet que impulsa el consum a causa de l'augment del poder adquisitiu dels treballadors. Altres mesures d'estimul fiscal, són la baixada d'impostos o la reducció del tipus d'interès, que permet demanar diners prestats més fàcilment i, per tant, estimula la inversió i el consum privat.

Si l'estat no regula els mercats d'alguna manera, es generen excessos d'oferta, que deriven en episodis de baixada general del nivell de preus, empobriment dels consumidors i en un elevat nivell d'atur , com va succeir durant la Gran Depressió. 

Davant d'aquesta desregulació dels mercats s’ha  d’anteposar la regulació estatal, el pacte social entre els agents econòmics (sindicats, estat i empreses) i un sentit més col · lectiu de la vida econòmica, que de fet són les bases de l'estat del benestar.

 

lunes, 20 de enero de 2014

EL DOBLE PAPEL DE LOS SALARIOS

El salario es a nivel microeconómico un coste de produccion, pero a nivel macroeconómico es también un componente fundamental de la demanda, es decir, de la capacidad de consumo de una economía. Si los salarios bajan para todos los trabajadores, entonces la capacidad de consumo global también será mucho menor y los empresarios tendrán menos posibilidades de vender todos los productos que producen.
Esa paradoja explica un hecho bien conocido por la historia económica. Cuando una economía entra en crisis, se producen despidos y, por tanto, también se reduce la capacidad de consumo global porque muchos de los trabajadores que disponían de salarios dejan de tenerlos. Con menor capacidad de consumo las empresas venderán menos y, como venderán menos, tendrán que despedir trabajadores o bajar salarios para mantenerse a flote. Como cualquiera de esas dos opciones también produce un nuevo descenso de la capacidad de consumo... se produce un círculo vicioso de despidos y caída del consumo que durará hasta que la economía pueda reactivarse mediante mecanismos externos como la actuación del Estado o fenómenos como las guerras que provocan una movilización masiva de los recursos.
Durante la Gran Depresión de la década de 1930 se pudo comprobar cómo ese círculo vicioso amenazó con destruir definitivamente la economía mundial, y los economistas aprendieron muy bien la lección. Por esa razón, por ejemplo, promovieron planes de estímulo público que tenían como objetivo proporcionar de forma masiva empleo a los trabajadores a fin de que sus sueldos sirvieran para comprar los productos de las empresas que estaban sin poder vender.
Además se establecieron medidas de la misma filosofía, como aumentar el salario mínimo o establecer prestaciones por desempleo, las cuales no sólo reducen los problemas sociales sino que además mitigan los efectos perjudiciales de la caída del consumo, ya que aunque los trabajadores pierden el salario siguen recibiendo dinero del Estado que volverá a la economía por el lado del consumo.
Por todo ello, promover la rebaja salarial en una economía (y máxime en época de crisis) es empobrecer no sólo a los propios trabajadores sino también a la economía en su conjunto y por supuesto a sus propias empresas. Rebajas en los salarios acompañadas de la supresión de medidas de prestaciones sociales y de una reducción generalizada del gasto público sólo pueden llevar a un estancamiento de la crisis, pues la economía carecerá del impulso necesario para superarla. Y, de hecho, eso es lo que está ocurriendo desde que los gobiernos, siguiendo la presión de los bancos y de las grandes empresas interesadas sólo en cobrar sus deudas y asegurarse su poder de mercado, acordaron por desgracia suprimir los programas de gasto y apoyo a la actividad económica.
El conjunto de las empresas disfrutaría de una mejor situación y obtendría más beneficios si los empresarios fueran capaces de entender esta paradoja, pero no es eso lo que ocurre en la realidad. Unas veces prima la visión particularista que solamente contempla el interés propio, sin comprender que la vida y el éxito de una empresa dependen tanto o quizá más de lo que ocurra en su entorno como en su propio interior. Otras veces las empresas más grandes que tienen su demanda interior cautiva y también mucha actividad en otros países y que, por tanto, no dependen tanto del nivel salarial global son las que imponen las políticas de bajos salarios.
Estas últimas empresas, como las de servicios básicos (energía, comunicaciones, banca, alimentación...) cuyas ventas no dependen tanto del nivel de salario (porque las personas o las familias han de consumir casi necesariamente sus productos), sí pueden conseguir mayores beneficios si bajan el montante total de salarios nacionales, porque venderán más o menos lo mismo y entonces operarán con menos costes. Pero las empresas (sobre todo las pequeñas y medianas) que venden principalmente al interior y mucho más en función de la renta de los consumidores sí se verán muy afectadas si baja el montante de los salarios.
El problema, pues, consiste en que, bien sea por ceguera o porque el interés de las empresas más poderosas se impone, entre los empresarios predomina la idea de que convienen los salarios bajos cuando eso simplemente reduce sus ventas potenciales y anticipa crisis por falta de consumo.