En todos los periódicos a lo largo y ancho de
Europa y Estados Unidos, habrá algún articulo, algún anuncio sobre las grandes
obsesiones dietéticas de los hombres y mujeres de los países ricos: ¿cómo
adelgazar?, ¿cómo hacer para no comer tanto?
Mientras muchos de nosotros venderíamos
nuestras almas por conseguir la pastillita mágica que nos permitiera hartarnos
de churros, chorizo y huevos fritos sin aumentar de peso. y (claro) sin
incrementar los niveles de colesterol, hay 800 millones de personas en el mundo
que se van a la cama todas las noches con hambre. Y hay más de 800 millones que
tienen sobrepeso o padecen obesidad. según el Worldwatch Institute de
Washington, un organismo que se dedica meticulosamente a acumular esta clase de
datos.
Más estadísticas, todas de Naciones Unidas:
cada
cinco segundos muere un niño de hambre; uno de cada cinco niños en Estados
Unidos es peligrosamente obeso; 10 millones de personas mueren cada año debido
al hambre o las enfermedades que provocan y acentúan la malnutrición; el mundo
produce comida más que suficiente para todos los seres humanos; el presupuesto
total mundial que dan los Gobiernos de los países ricos para el desarrollo de
los países pobres es de 50.000 millones de dólares al año; el presupuesto de
Estados Unidos para la guerra en Irak (según cifras oficiales de ese país) duplica esa cantidad.
El hambre, que mata directa o indirectamente a
nueve veces más personas cada día de las que murieron en las Torres Gemelas de
Nueva York, es la manifestación más extrema posible de la pobreza, del fracaso
humano. Reducir la cifra de gente hambrienta en el mundo a la mitad ha sido
identificado como una prioridad dentro de los Objetivos Milenio de Naciones
Unidas para los próximos 10 años. Aparte de organizaciones pertenecientes a la
ONU hay 1.200 ONG comprometidas con este esfuerzo, entre ellas Cruz Roja
Española.
Los países ricos responden bien cuando ocurre
una catástrofe, pero lo que no han sabido hacer es ayudar a que se evite, o
crear las condiciones para que los problemas del hambre endémica desaparezcan.
O al menos no con el empeño necesario, no hay hambruna hoy al nivel de 1984, pero hambre permanente, sí.
los países ricos no se interesan lo suficiente
como para presionar a sus Gobiernos para que inviertan más en ayuda a los
pobres del mundo, que en nuevos submarinos. Mientras se reacciona de manera
ágil y eficaz y contundente (sin escatimar las inversiones), a la hora de rescatar
a los Bancos, existe poco afán por el trabajo lento, gradual, poco glamoroso
(lejos de las cámaras de la CNN) que se requiere para ir paulatinamente ganando
terreno al hambre y previniendo así las grandes hambrunas antes de que ocurran.
Lo más importante es que la gente sepa cómo
ganarse la vida, que se valga por sí misma. El hambre es la pobreza llevada a
su máxima expresión. Con lo cual, lógicamente, hay que combatir la pobreza, hay
que dar a la gente los medios y las condiciones para que puedan “enriquecerse”.
Hay que procurar crear sociedades democráticas
en el sentido más amplio y profundo de la palabra. Cuanto más responsable y preparada
sea la gente en el poder y cuanto más generosa la gente en los países cuyos
problemas de supervivencia elemental están resueltos, menos hambre habrá en el
mundo. El problema es que todo esto, como demuestra la historia de la especie,
es mucho pedir.